Un pequeño ejemplo de por qué no me gusta el tecno-optimismo: hay quién prefiere reemplazar las abejas (para polinizar) por micro-robots diseñados para polinizar, en lugar de, ya sabes, dejar de matar a las abejas para que puedan hacer su labor polinizando plantas.
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Tal como yo lo veo, el principal problema del tecno-optimismo es que ofrece promesas de solución a problemas que podrían no cumplirse. Esto permite justificar la destrucción del medio ambiente con la esperanza de que, algún día, la tecnología lo arregle (o no; probablemente no).
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Así pues, seguimos postergando soluciones reales, colectivas y sociales a problemas como la crisis climática y ambiental, la desigualdad económica y social, la salud pública, el desempleo y muchas otras áreas.
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Otros problemas que seguimos dejando de lado: el imperialismo, el extractivismo, el neocolonialismo, el transporte público, la corrupción, la educación...
Probablemente, en algún momento, hayas escuchado a un tecno-optimista proponer que la tecnología futura resolverá todo esto.
Mientras tanto, el mundo sigue girando y estos problemas no hacen más que agravarse.
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