Lo que he aprendido en el tiempo que llevo barriendo.
Llevar puesto un chaleco amarillo con el nombre de una institución pública, da derecho a otros a volcar sus argumentos en forma de quejas y reclamaciones sobre tu cabeza.
Escucho por educación, no contesto por inteligencia y asiento por inercia.
Entre tanto pienso, señora, vivo en un pueblo cercano donde me importa lo que pasa lo mismo que en éste, osea, nada. No conozco a la alcaldesa, ni quiero. No cambié el empadronamiento porque estoy cansada de arrastrar todo detrás de un cuerpo que nunca sabe dónde acabará. Pero gracias a la sombra de mi yo pasado, por el trabajo.
La esperanza en el ser humano se disipa rápidamente cada vez que entro en un parque. Papeleras prácticamente vacías a dos metros de un banco lleno de latas, bolsas y demás basura a su alrededor.
Necesito un lanzallamas para limpiar como es debido todos y cada uno de los balcones donde cuelga una bandera de España. Recordarme a primera hora de la mañana en qué pais vivo es muy desagradable.
No sentir circulación alguna en las extremidades hasta que sale el sol, es lo más cerca que he estado de reencarnar en lo que siempre quise ser, fauna abisal de las profundidades sin más preocupación que dejarse llevar.
Prefiero mil inviernos recogiendo mil otoños que mil primaveras esperando mil veranos. El color de las hojas no admite discusión, es el ciclo de la vida para una dramática como yo.
Hay dos tipos de ternura que conmueven, la de una persona mayor dándote las gracias por limpiar su puerta, su calle, su camino habitual; y la de un gato callejero con más hambre que miedo.
Cualquier poema que haya escrito se ajusta perfectamente a lo que siento cuando evito pensar que no pertenezco a ningún lugar.
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