Empecé a escribir porque era lo único que tenía a mano cuando el mundo y su estúpida velocidad me llevaban por delante.
La única forma que encontré de abrir los ojos cuando mi alrededor amanecía cegado de optimismo.
El único mecanismo para escuchar una pregunta sin sentir cómo la atención me abandonaba para elaborar la respuesta.
Ni siquiera hay que estar a la altura, de nada ni de nadie, lo corroboran las muchas veces que he llegado a rastras y solo en las palabras, he sido capaz de encontrar un pedestal donde no tener que ponerme de puntillas hasta para llorar.
Para todo hay un lugar, excepto para los que no encuentran el suyo y pasan los días de poesía en poesía. Como si lo que les fuera dado no lograse encajar. Sí, ya sé que la vida no es un puzzle. Pero la filosofía barata no me identifica cuando la gente se hace un selfie y lo acompaña con una frase que ni entiende.
Si es cierto que un poema comienza donde la vida te abandona, si toda la tristeza e incomprensión cabe en unos versos, recojo las piezas y vuelvo a empezar olvidando por dónde iba, me hago y me deshago, escribo y no levanto demasiado la voz.
Que me dejen ser donde prometen los libros que aún no leí, que me dejen existir en las palabras que no piden permiso ni perdón.
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